Una no puede más que recordar la pregunta del poeta Mario Benedetti, ¿Qué pasaría si de pronto dejamos de ser patriotas para ser humanos?El martes, mientras los mensajeros del odio clamaban contra el gobierno de España por la soberanía nacional y todos los ejércitos, otros buscaban en la hemeroteca responsabilidades en Pablo Iglesias. En ese otro mundo posible que existe aquí mismo, otras personas, alejadas del ruido mediático, se metían en el agua para ayudar y brindar consuelo y esperanza.La política migratoria no se improvisa. No es sencilla. Ni de consumo rápido. Cuestiones complejas exigen mirada larga y no atender a las urgencias que los ultras disfrazados de patriotas nos imponen mientras sacan la calculadora electoral.Mientras sean tolerados y amplificados, los discursos de odio xenófobos que insisten en incrementar los muros y alambradas seguirán costando miles de vidas. Según los datos de la Organización Internacional de las Migraciones, más de 20.000 personas perdieron la vida tratando de cruzar el Mediterráneo desde 2014. Auténtico cementerio colectivo en ese que otro día había sido Mar Común.
Los millonarios acuerdos firmados con la autarquía alauí, treinta millones aprobados en el consejo de ministros del pasado martes en plena crisis humanitaria en Ceuta, no están pensados para tratar de mejorar la vida de las personas que tratan de emigrar, sino que van dirigidos a alejarlos de nosotros, cueste lo que cueste. Y lo que cuesta son, demasiadas veces, vidas. El gobierno marroquí ingresa ese dinero, más el de la UE, a cambio de «mantener el control». Un control que implica armas, concertinas, muros, devoluciones en caliente, abandonos de las personas migrantes en lugares inhóspitos y alejados de las costas, palizas, dolor, sufrimiento y muertes. Muchas muertes.
La externalización de las fronteras, siempre al amparo de un nuevo enfado y chantaje del gobierno marroquí, ni es humana ni es eficaz. Pagar para evitar la llegada de personas que huyen de sus hogares es tan poco digno como jugar con las vidas de la gente para sacar tajada en el tablero geopolítico. La lógica es la misma, defender ciertos privilegios sin mirar atrás.El blindaje fronterizo no es un remedio mágico, no resuelve nada, simplemente oculta lo que está pasando. No hay muros capaces de contener los sueños ni la desesperanza. Por supuesto tampoco seremos capaces de levantar muros lo suficientemente altos para sepultar la pobreza y la desigualdad enorme que caracterizan la frontera Sur.
Sí, un país de mierdas que saca pecho para pisar a quien sufre y se arrodilla para lamer el culo de quien provoca el sufrimiento. Un país de alimañas que esconde la cabeza en su madriguera, cuando de defender y reivindicar derechos se trata, y solo vuelve a sacarla cuando sopla el viento de la intolerancia, ese que agita la ultraderecha y se lleva por delante a quien no tiene a dónde agarrarse.Habrá quién, aún así, se sienta muy orgulloso u orgullosa de vivir en esta España inhóspita, xenófoba, mentirosa, faltona y grosera. No es mi caso, yo lo que siento es vergüenza y pena.